(Castellano) Siria: Algunas Reflexiones

ORIGINAL LANGUAGES, 10 Sep 2013

Fernando Montiel T. – TRANSCEND Media Service

Catchy bloody words o de que no va

Con diferentes matices, la historia que sirve como canción de cuna en la prensa internacional se construye más o menos con los mismos elementos:

“Lo que importa es que el régimen sirio cruzó la Línea Roja y que eso no puede ser tolerado. Si ya de por sí era integrante del Eje del Mal, como buen Rogue State debe ser neutralizado por la Comunidad Internacional -o por una Coalición– mediante un ataque quirúrgico utilizando bombas inteligentes contra blancos militares para evitar que siga apoyando al terrorismo practicado por combatientes enemigos ilegales –como los localizados en el Triángulo Sunita en Irak- contra el mundo civilizado ayudando de esta forma a evitar que Siria se convierta en un Estado fallido

¿Suena lógico? Sí, aunque también -y hay que decirlo- es una estupidez.

Esta versión de los hechos se puede encontrar casi en cualquier diario de cualquier país occidental. Algo tienen en común todas las palabras resaltadas: básicamente no significan nada, y cuando sí refieren “algo”, ese algo es con frecuencia nebuloso, ambiguo. En síntesis, se trata de fórmulas que en el mejor de los casos constituyen eufemismos que rayan en lo criminal.

Lo que hay en ese párrafo es, en esencia, algo más de una docena de términos que se oyen bien y que se usan mucho pero (y probablemente también debido a) que no explican nada. Ni aquí –Siria- ni en ningún otro conflicto.

¿Y entonces por qué se recurre a ellos? Por varias razones. Puede ser por pereza intelectual de no querer entender la dimensión e implicaciones de lo que se dice. Puede ser también por incompetencia para entender que el significado que pueden tener ciertos términos en círculos técnicos es muy diferente –y a veces hasta contrario- a la lectura que se les da de forma popular. Y sin duda se recurre a conceptos de contenido vago por razones de orden meramente instrumental. A esta última categoría pertenecerían justificaciones que recurren a argumentos como que “despiertan la imaginación” del auditorio (porque, dicen, generan la sensación en quien los escucha de que “ahora sí están entendiendo de qué va la cuestión”) o porque vienen bien para la producción de infografías en medios impresos y electrónicos con fines “ilustrativos” o de “esquematización” del problema: un mapa de un color, un avión azul a un costado –los “Aliados”, se supone- y allá, en puntos rojos, los malvados.

En cualquier caso el uso de conceptos huecos, ambiguos o francamente engañosos constituyen apuestas al mundo virtual, no al real; apuestan al mundo de lo que parece, no de lo que es y apuestan también al consumo acrítico de datos que no de información. En fin, son apuestas a la ignorancia y al prejuicio, que no está de más decirlo, con frecuencia son apuestas seguras.

Pero entonces necesitamos una narrativa alternativa. ¿Y cómo debería ser ésta? Bueno tendría que ser una que contextualice el origen de la crisis actual y que rescate elementos importantes que por la razón que sea se quedaron en el camino.

La historia que no fue

Casi cien años han pasado desde que Gavrilo Princip colocara “la gota que derramó el vaso” en Sarajevo. Casi un siglo nos separa del asesinato del archiduque Francisco Fernando, evento que en poco tiempo sería utilizado como excusa para desatar la Primera Guerra Mundial.

Noventa y nueve años más tarde, su presencia todavía se siente y las consecuencias de lo que siguió al magnicidio se resienten. ¿O es que se puede pensar que la violencia actual en Siria nada tiene que ver con la traición del Acuerdo Sykes-Picot de 1916? Si británicos y franceses hubiesen honrado la palabra empeñada y reconocido la independencia de los pueblos de la zona tras la Primera Guerra Mundial tal vez hoy los diarios del mundo no llenarían sus páginas sobre lo terrible de la dictadura hereditaria de los Assad, o del “estorbo” del veto chino y ruso en el Consejo de Seguridad o del peligro de un ataque franco-estadounidense. Tal vez ni siquiera se hablaría del conflicto sirio –puesto que Siria probablemente no existiría- ni de sus repercusiones en Jordania, Líbano, Irak e Irán y ciertamente no estaríamos discutiendo si eso que se ve en el horizonte es la sombra de una Tercera Guerra Mundial o tan solo una más de las sangrías a las que nos hemos acostumbrado.

“El hubiera no existe” reza un gastado e irreflexivo cliché, que más que un cliché, es un reflejo lingüístico sin mucho sentido que aparece con frecuencia cuando se buscan soluciones a lo que es, hurgando en lo que no pudo ser -como si las semillas que no germinaron en un momento determinado no pudiesen germinar en otro.

Los signos de los tiempos

Si los teóricos de la arquitectura política colonial en Levante hubiesen tenido un ápice decencia -y buen juicio- habrían ahorrado mucho dolor a las generaciones venideras. No. La Liberté, la Égalité y la Fraternité -y con ellas el principio del derecho Pacta Sunt Servanda (“los acuerdos deben respetarse”) se quedaron todos en París y Londres, no llegaron con sus supuestos portadores al Medio Oriente como si lo hizo el adagio clásico imperial: divide et impera.

* * *

(¿O es que no fueron los jerarcas del Mandato Francés los que favorecieron a un grupo por encima de los demás, grupo al que encumbraron en la política y en el ejército y que no es otro que aquél al que pertenecen los Assad?)

* * *

“Eran los signos de los tiempos” es una frase con la que de vez en cuándo se busca despachar con celeridad los problemas, reconociendo los procesos pero sin deslindar responsabilidades. “No hay nada particular, así fue el colonialismo” se dice como si de fenómenos naturales se tratara: primavera, verano, otoño invierno. Veni, vidi, vici habría dicho Julio César.

Lo interesante es que esta corresponsabilidad de una historia no tan lejana difícilmente aparece en los medios de comunicación. De hecho, los retratos del conflicto actual en Siria casi obvian por completo el periodo colonial, como si no fuera relevante y como si el germen de la violencia nada tuviera que ver con él: la guerra en Siria –nos dicen- podría reactivar diferencias milenarias de orden étnico y religioso.

Dejando de lado el hecho de que no se puede “reactivar” lo que nunca fue desactivado, el mensaje retrata una configuración de conflicto insular, autónoma, virgen, de hecho, irreal.

No es que las diferencias étnicas y religiosas no existan –claro que existen- y no es que no sean importantes –claro que importan- pero destaca la facilidad con la que se construyen puentes que transportan los odios milenarios del pasado proyectándolos ominosamente hacia el futuro pero obviando todo lo que está en medio. Bajo este puente –que sirve también como alfombra- queda el colonialismo franco-británico, queda también la inadecuación de la teoría política sobre “la construcción de Estados-nacionales” con toda su impertinencia e inconveniencia y queda también el sufrimiento que el primero impuso por la práctica y que la segunda legitimó desde la teoría. En el mejor de los casos “el problema es de ellos,” en uno intermedio “lo han hecho nuestro” y en el peor “el problema son ellos.”

“Crímenes son del tiempo y no de España” escribió en México un poeta decimonónico sobre la conquista de las Américas. El bálsamo retórico no fue de mucho consuelo aquí, como tampoco lo sería en Siria o Líbano si hoy algún otro poeta les escribiera “Crímenes son del tiempo y no de Francia.”

En todo caso, la guerra actual y las posibilidades de un ataque franco-estadounidense no parecen tener el reducido papel instrumental –meramente un disparador- de esos futuros choques por diferencias “étnicas” y “religiosas” que se ven y se leen en los medios de comunicación… o al menos no desde el otro lado de la cerca.

Las otras “diferencias”

Sin negar la propia, la barbarie ajena tiende a fijarse mejor en los mitos, en la memoria y en la historia de los pueblos y Siria no es la excepción.

Que algunos grupos  –como los llamados salafistas – y otros más -en particular aquellos que asumen su lucha como una “guerra santa”-refieran agravios de un pasado lejano como justificante de sus acciones en el presente puede no convencer a muchos, y está bien. Pero de aquí no se desprende que sus lo que dicen es falso, o irrelevante, o que el dolor que dicen sentir no sea genuino. Más vale la pena escuchar.

* * *

(¿Son conservadores? Depende a quién se le pregunte: según sus detractores no solo son conservadores sino que incluso llegarían a ser ultraconservadores; sin embargo, ellos –los presuntos “conservadores”- no dudarían en calificar su lucha como progresista… a su modo ¿o por qué que la emprenderían si no es para alcanzar algo mejor?)

* * *

No es difícil entender. “En un pasado lejano fueron los Papas,  “recuperar Tierra Santa” le llamaron; en un pasado reciente fueron los imperios, “mission civilizatrice”, “white men´s burden” fueron las expresiones que utilizan y hoy es la “Comunidad Internacional” la que viene con la bandera del Responsability to Protect.”

Podemos no estar de acuerdo, pero no es difícil de entender. El punto principal es que sin importar qué tan bien intencionadas, hay ideas nuevas a las que resulta difícil disociar del pasado, es decir, ideas nuevas que se parecen mucho a las viejas y que por ello nacen empañadas.

Se puede decir que están errados –y tal vez lo estén- que son paranoicos –y tal vez lo sean-  y que su lectura es equivocada. Pero no se puede decir que su equivocación, que su paranoia y su lectura no tienen un cierto asidero histórico. Después de todo si las tierras que ocupa la actual Siria no hubiesen vivido y sufrido de cerca tres de las cuatro grandes Cruzadas entre los siglos XI (ca. 1096-1099) y XII (ca. 1147-1149 y 1189-1192) la famosa “guerra santa” sería menos popular de lo que lo es hoy en día.

Pero esto tampoco se lee en la prensa.

Es como si históricamente los “odios ancestrales” en Siria sólo pudieran ser entre sunitas y chiítas en sus diferentes presentaciones y como si las “diferencias étnicas” fueran propiedad endémica y característica exclusiva de los pueblos de Levante. (Extraño endemismo este que parece que también es nómada: antier estaba en el Cáucaso, ayer estaba en los Balcanes y hoy está Levante).

De cualquier modo, no se puede dejar de reconocer que es todo un logro de la ingenuidad el haber conseguido que cuando se hable de “guerra santa” sólo se vea –y se crea- la de los unos,  pero sin relación histórica o contemporánea con la de los otros. Es como si se diera por sentado que las poblaciones de la zona padecen la misma ceguera y amnesia que permite a los descendientes de los cruzados y a los herederos de los colonizadores no ver sus acciones pero sí las de los demás.

Evidentemente no es así.

Y no, no es este un alegato en favor del trillado cuan falso Choque de Civilizaciones –hoy por cierto, festejado por la publicación que lo vio nacer, Foreign Affairs (verano, 1993), con un número conmemorativo debido a su vigésimo aniversario.

Trillado y falso, pero no inútil. Después de todo quizá ningún slogan haya vendido más ejemplares de diarios y revistas que el “Choque de Civilizaciones” que Huntington tomó de Bernard Lewis quien a su vez utilizó la fórmula en un artículo para The Atlantic Monthly con un título bastante más explícito y que hoy por razones de corrección política se antojaría casi impublicable: The Roots of Muslim Rage (1990).

No. La ausencia de las sangrientas aventuras y desventuras cristianas, occidentales, extranjeras -o como quiera llamárseles- en Siria, Levante, Oriente Próximo, Medio Oriente -o cualquier otra denominación que se prefiera- son más producto del desdén que de la manipulación, aunque tampoco la excluye. Es decir, son más resultado de la ceguera selectiva con la que se obvian con singular facilidad los crímenes propios en tierras ajenas que resultado de una obscura maquinación para “esconder la verdad.”

En todo caso, cuando la discusión llega a este nivel, parece que ya no hay escapatoria. Ante el juicio crítico, dualista y maniqueo que con frecuencia impone el tono en la discusión -y a veces también el resultado- de las crisis internacionales, incluir a las cruzadas y sus derivados -reales o percibidos- desata acusaciones de abanderar lógicas Oriente-Occidente con su concomitante señalamiento “de imposición de visiones del tipo “Choque de civilizaciones”; pero la alternativa no es mejor: excluirlas, dejando la escena sólo a los actores locales, da rienda suelta y espacio para crucifixiones de herejes acusados de “visiones orientalistas.”

Y mientras tanto, el mundo sigue girando y bajo estos pequeños combates eruditos, el tiempo corre y las oportunidades se agotan.

Siria, sólo uno más

En un cierto sentido el conflicto en Siria no es tan excepcional como muchos editores se esfuerzan en proyectar. Siria sería más bien la norma, con sus particularidades, sí, pero la norma al fin.

Cambia el escenario, cambian los actores, cambian los costos, la iluminación, el arreglo, los espectadores y algunas de las reglas, pero no el libreto. En Líbano o en Bosnia, en el antiguo Kurdistán o en Siria; cambian los nombres, los acentos y los adjetivos (algunos les dicen “étnicos”, otros se antojan “religiosos” algunos más parecen “separatistas” y otros “irredentistas”) pero no las tendencias.

¿Y cuál es ese libreto? ¿Cuáles son esas tendencias? Se trata del libreto que los antropólogos habían anunciado desde hacía mucho en el que se describían las tendencias que causó estupor a los estudiosos de las relaciones internacionales tras la caída del Muro –por más que hoy lo nieguen- y que los periodistas periódicamente se encargan de pulir, con cada nueva crisis, para que la puesta en escena se vea como inédita. ¿Cuál es? El mismo que no pocos politólogos se niegan a leer. ¿Y qué dice? En breve: que el modelo de sistema estatal clásico, diseñado para una realidad del siglo XVII, está más que caduco en el siglo XXI.

Una verdad de Perogrullo, pero que por alguna razón no deja de sorprender.

Y a la caducidad del sistema la acompañan sus inercias respectivas: resistencia a los cambios fronterizos, la negativa a la sustitución del férreo centralismo político por un federalismo funcional, el desdén al cosmopolitismo, la fobia al abandono de doctrinas militares paranoicas, ofensivas –en el doble sentido del término- por otras de naturaleza defensiva y la convicción dogmática, como un artículo de fe, de que “esto es lo que tenemos, lo podemos modificar, pero no sustituir” menospreciando los ejemplos y la evidencia en contra y subestimando al género humano por un dictum de fatalismo determinista.

Sufre la geografía, sufre la política, sufre la cultura, sufre la gente y la historia, la del pasado y la del futuro. En todo esto Siria tampoco es la excepción sino la norma.

¿Y la solución?

De suyo, el planteamiento es equivocado. ¿O es que existe la solución? Sorprende que un mundo y en un tiempo como el nuestro existan todavía –y no son pocos- quienes creen que el trayecto al futuro es un sendero y no una combinación de caminos, algunos mejores que otros, algunos rurales, otros que son apenas brechas y otros francamente inexplorados.

No existe la solución, en todo caso, lo que se puede tener es un catálogo de alternativas cuyas diferentes combinaciones ofrecerán al observador mayores o menores posibilidades de arreglos aceptables por las partes y sustentables en el tiempo. Pero casi ninguno de ellos viene con garantía

Salvo uno tal vez: la violencia produce violencia.

Quienes deberían ofrecer respuestas no las ofrecen, y no las ofrecen porque no las tienen. ¿Qué hacer? Buena pregunta. Y mientras la gente muere, no faltan los científicos sociales que sólo atinan a rascarse la cabeza.

Presentar ideas -así sean malas o limitadas- es mejor que adoptar la crítica cómoda, ¿y esa cuál es? Aquella que exuda moralismo pero que por carecer de propuesta resulta al final estéril.

¿Por dónde empezar? Tal vez una primera aproximación sería buscar algunos entendidos comunes. ¿Qué hay que hacer algo? Sin duda. ¿Qué Assad debe pagar por las atrocidades cometidas? Por supuesto, Assad, y con él, todo aquél responsable de atrocidades independientemente de su filiación militar, política, religiosa, étnica o nacional. ¿Qué actores internacionales deben involucrarse en el proceso? Eso es claro, obvio y necesario, siempre que cuenten con la legitimidad que ofrece el derecho internacional. ¿Qué algún arreglo o propuesta resolverá las disputas “de una vez por todas? Esto es una ilusión.

Una vez más ¿por dónde empezar? Tal vez por lo más urgente. ¿Qué puede ser complejo? Sí, ¿difícil? También, pero ¿son esas razones suficientes para no intentarlo?

1. Reducir la violencia

Antes que una acción armada por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se debería considerar el envío de una misión de paz mandatada en el Art. 7 (imposición de paz) de la Carta de San Francisco y no en el Art. 6 (mantenimiento de paz) como fue la recientemente finalizada United Nations Supervision Mission in Syria (UNSMIS). ¿Por qué? Porque no hay ninguna paz que mantener –y en este sentido, la UNSMIS repitió el fracaso de la United Nations Protection Force (UNPROFOR) en la antigua Yugoslavia. Por su parte Rusia y China han estado vetando opciones en el Consejo de Seguridad por temor a acciones unilaterales, y con ello, paradójicamente, están cavando su propia tumba convirtiendo sus temores en profecías autocumplidas. El fortalecimiento de opciones multilaterales podría resultarles menos riesgoso –y costoso- por igual en términos políticos que económicos -y para lo que pueda valer, también en términos éticos. Junto con esta misión la ONU podría también enviar Misiones de Hallazgos de Hechos (p.e. para transparentar los temas del momento como el uso de armas químicas por las partes en conflicto). De manera simultánea y con la intención de atajar la expansión regional del conflicto –que ya se comienza a ver- se debería también considerar el envío de misiones de naturaleza preventiva (aquí sí, mandatadas en el Art. 6) repitiendo el éxito que tuvo la United Nations Preventive Deployment Force (UNPREDEP, 1995-1999) en Macedonia de cara a la crisis de Kosovo en Serbia en 1998.

¿Y después? La tarea es diferente.

2. Reorganizar a la sociedad

Y aquí las opciones son muchas. Se puede destituir a Assad y poner a otro igual –o incluso peor (siempre es posible encontrar alguien así)- de tal suerte que todo cambie para que todo quede igual (véase Egipto a dos años de la “Primavera Árabe”). O se puede repetir la política histórica de los regímenes coloniales que favorecían a los unos para perjudicar a los otros de manera alternada (ver Ruanda-Urundi en tiempos del colonialismo alemán y belga) para con ello mantener el péndulo salpicando sangre de un lado a otro pero debilitándolos a todos. O tal vez se podrían diseñar esquemas de justicia transicional en los que se buscan arreglos político-institucionales parciales, transitorios -mínimamente satisfactorios y ampliamente frustrantes para todos- pero necesarios como un primer paso y manteniendo en mente que por sí mismos y sin apoyos adicionales, su fracaso es sólo cuestión de tiempo. Aunque a veces pueden resultar. Tal es el caso de Argentina, Chile y la vuelta a la democracia en prácticamente todos los llamados “Estados de Seguridad Nacional” en el cono sur.

En este sentido no debe descartarse la creación de un Tribunal Especial para Crímenes en Siria –similar a los que funcionan para Sierra Leona entre otros lugares- y en un sentido más general, la participación de la Corte Penal Internacional (CPI) ¿Qué los Estados Unidos no reconocen la autoridad de la CPI? Cierto, aunque tal vez no pondría muchos reparos para el enjuiciamiento en esa instancia de Bashar al Assad y otros comandantes militares tanto de las fuerzas regulares como de las milicias rebeldes.

¿Y luego? La reducción de la violencia y la organización institucional pueden dar un respiro por un tiempo, pero sin modificaciones estructurales profundas los esfuerzos por la paz no pasarán de ser paliativos, meros remedios con fecha de caducidad.

La tarea continúa.

3. Rediseñar el presente

Deben explorarse nuevos modelos de organización y gestión política, económica y social que permitan ver más allá de las ridículas líneas –a veces incluso rectas- que hacen las veces de fronteras geográficas y que con frecuencia producen más problemas de los que resuelven. Modelos no faltan. Ahí están el modelo de las comunidades autónomas de España, el las divisiones cantonales de la Confederación Helvética (Suiza) o el de las provincias autónomas en Serbia de Voivodina y Kosovo (antes de la guerra de 1998) para húngaros y albaneses respectivamente a los que luego podríamos sumar el ejemplo de la Federal Administrated Tribal Areas (FATA) al noroeste de Pakistán e incluso las Juntas de Buen Gobierno en Chiapas (México). En este sentido, diferentes grados de autonomía territorial podrían combinarse con legislaciones que faciliten la movilidad como la del Espacio Schengen entre 26 países europeos o como las existentes para ciertas comunidades fronterizas en ambos lados del río Bravo entre México y Estados Unidos. Y si no fuera suficiente se podría buscar inspiración en políticas como las de doble nacionalidad y arreglos para la conformación de gobiernos mixtos –ambos, por ejemplo, practicados por Líbano.

¿Y eso es todo? No. También está la posibilidad del cambio de las sacrosantas fronteras como ocurrió recientemente en el antiguo del antiguo Sudán en el que ahora –y desde el 9 de julio de 2011- se encuentra Sudán y Sudán del Sur.

Son estos apenas diez referentes que sirven a modo de ejemplos como inspiración y de los que se pueden extraer aprendizajes. Sobra decir que ninguno aplicará a rajatabla y que todos tienen sus problemas particulares. Pero lo central es incuestionable: existen alternativas para reconocer y respetar los derechos de los diferentes grupos que hoy viven y mueren en Siria.

4. Recuperar el pasado

Sin reconciliación, el trabajo por la paz es un trabajo a medias. ¿Y de qué va la reconciliación? Del reconocimiento de las fallas, del arrepentimiento de las mismas y de la disposición a enmendar los daños. Este es un ideal, cierto, ¿una utopía? Probablemente, pero sin faros como esos no hay hacia dónde caminar.

El 23 de noviembre de 1993 el Congreso de los Estados Unidos aprobó y William Clinton firmó la Ley Pública 102-150 también conocida como The “Apology Resolution.” Por medio de ella los Estados Unidos pedían una disculpa oficial al pueblo de Hawaii por derrocar al reino, un siglo atrás, en 1893. ¿Es imaginable algo similar por parte de Francia e Inglaterra por la traición del Acuerdo Sykes-Picot de 1917? ¿y por los propios Estados Unidos tras la historia del último medio siglo en la región en general, y particularmente a Irán por el golpe de Estado contra Mossagh en 1953 y por haber apoyado la dictadura del Sha –por cierto, no muy diferente de la de Assad?

Tal vez por el momento sea mucho pedir. Pero hay que dar tiempo al tiempo y trabajar en esa dirección. Después de todo, ¿quién en 1944 habría imaginado que Alemania tendría con Francia e Inglaterra las relaciones que tiene hoy en día? ¿quién antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial habría imaginado que al Japón del militarismo rampante, el mismo del jingoísmo exacerbado –lo que ya es decir algo- aquél que hizo alianza con la Italia fascista, con el régimen Nazi y que cometió los crímenes de guerra más infames en Nankin, China sería al día siguiente el único país impedido legalmente a ir a la guerra -por el Art. 9 de su constitución? Todavía más ¿quién habría imaginado jamás que contra viento y marea dicho artículo seguiría existiendo a más de medio siglo de distancia? ¿Quién?

El punto es claro: nada es imposible.

5. Rescatar el futuro

Y tal vez una forma de hacerlo más factible con visiones de lo que puede ser, con base a lo que ya ha sido. Kant decía que el comercio puede ser un buen vehículo para construir la paz entre aquellos que se desprecian. En otras palabras: si no los une el amor, que los una el interés. Es válido, es legítimo. Al menos es un comienzo, y en este sentido Johan Galtung, el célebre pacifista ha estado impulsando por años la idea de una Comunidad del Medio Oriente, construida en el espíritu de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (1951), que al tiempo devino en la Comunidad Económica Europea (1959) y que desde 1993 conocemos como Unión Europea. ¿Y cuál es su espíritu? Su lema no deja lugar a duda: Unidad en la Diversidad.

Suena bien, pero mucho tiene que ocurrir para hacerlo realidad. Entre otras cosas la definición, cabildeo y construcción de mecanismos de seguridad colectiva no-ofensiva que tomen por las astas uno de los problemas más agudos en el Medio Oriente: la carrera armamentística.

¿Qué hacer al respecto? Hay ideas que ahí están y que si no han tenido éxito es probablemente porque no se han explorado como la propuesta del transarmamentismo como alternativa tanto al rearme como al desarme. ¿Y en qué consiste? Básicamente, en desmontar las capacidades ofensivas de los Estados sustituyéndolas por robustas capacidades defensivas (una suerte de política militar y estratégica inspirada en el aikido japonés).

Esta ha sido la doctrina de Cuba -al menos desde 1963, tras la crisis de los misiles- y también la Suiza por los últimos siete siglos. Y en ambos casos parece haber funcionado bien.

Hacer historia

Al final tenemos las pequeñas grandes preguntas, los dramas de un día que a veces se resuelven al día siguiente, las dudas y las apuestas morbosas. ¿Se desatará el ataque franco-británico? ¿se limitará a un ataque aéreo como el que se lanzó contra Serbia en 1998? ¿responderán militarmente los rusos? ¿Viene la Tercera Guerra Mundial?

U otras que, se supone, son más profundas y trascendentes. ¿Usó Assad armas químicas “contra su propio pueblo”? Antes de moralizar con esta frase como bandera tal vez convendría preguntarse si la idea no es de suyo imbécil (¿o es que sería más aceptable si las hubiere utilizado contra otro pueblo?)  En todo caso no es muy claro que Assad considere a los rebeldes “su pueblo” como tampoco es muy evidente la relevancia de si usó armas químicas o no: francamente resulta un poco idiota la indignación de que ahora mate a 1,300 con químicos –en caso de que así haya sido- cuando los muertos ya superan los 100 mil por otros medios, con millones de refugiados y desplazados y contando.

La guerra ya estaba ahí antes del ataque químico, sólo que a nadie le importaba.

Desde un cierto ángulo la autoría material es lo de menos. ¿Y si el ataque con armas químicas no fue ordenado por Assad sino iniciativa de algún comandante que actúo por cuenta propia como algunos analistas legislativos en los Estados Unidos temían que ocurriera todavía un día antes del ataque? (ver Syria´s Chemical Weapons: Issues for Congress. CRS Report. August 20, 2013).

Todo es posible

Podríamos entrar en la espiral de los miedos y las especulaciones, las sospechas y los pronósticos sombríos. ¿Si cae Assad podría llegar en el poder en Siria un califato islámico apoyado por Irán que entonces apuntaría luego a Líbano, y luego Israel, y luego…?

Podríamos perdernos en estas junglas, pero hay cosas más importantes a las cuales prestar atención.

* * *

(Además, nada de esto es nuevo: se trata de la “Teoría del Domino” que temía Estados Unidos en el Sureste Asiático “Si cae Vietnam caerá Camboya, y luego Laos, y luego el mundo.” Cambian los actores, pero no las dinámicas. En todo caso ¿quién en su sano juicio cree que esto va a ocurrir? Como lo demostró el gobierno de los talibán en Afganistán, la duración de regímenes de esta naturaleza es efímera, y como lo demuestra el de Irán, su popularidad es limitada. En resumen: los regímenes teocráticos en el siglo XXI no son tendencia, son la excepción y no la regla).

* * *

Efectivamente, hay cosas más importantes. Por ejemplo deberíamos prestar atención al hecho de que tal vez nunca como hoy se había ilustrado hasta qué punto lo local se ha hecho global, y cómo las micro relaciones tienen pueden cambiar el curso de las mega tendencias.

El 29 de Agosto, 13 personas hicieron la diferencia. Con una votación de 285 en contra y 272 a favor, Inglaterra quedó al margen de cualquier futuro ataque contra Siria. El mensaje es claro; si alguno de los 13 que hicieron la diferencia hubiera votado de un modo diferente, la moneda seguiría en el aire, y si tan sólo uno de los 272 restantes que se opuso a la guerra no lo hubiera actuado como lo hizo, la maquinaria de guerra británica estaría ya en marcha contra Siria.

Hay que dimensionarlo porque no fue un triunfo menor: estamos hablando que el esfuerzo de todos y cada uno de esos 285 legisladores puso freno a interés bélico del país que heredó al que fuera en su momento imperio más extenso de la historia de la humanidad.

Seis días más tarde, se pudo leer en las noticias que:

“El Comité de Relaciones Exteriores del Senado de EU aprobó hoy por mayoría una resolución conjunta que autoriza un ataque militar en Siria, por un plazo máximo de 60 días y sin tropas sobre el terreno… Con 10 votos a favor y 7 en contra, el comité aprobó una medida bipartidista que limita un ataque militar a un plazo de 60 días, y sólo hubo un voto de “presente”, equivalente a una abstención.” (El Universal, sept. 4, 2013)

Una derrota parcial –faltan todavía los votos del pleno y de la cámara de representantes- que de cualquier forma, no es ninguna sorpresa. Pero es imposible no imaginar qué habría ocurrido si tan solo 2 senadores hubiesen pensado diferente haciendo la votación 8 en favor de la guerra contra 9 en favor de la paz?

Su logro habría sido todavía mayor que el de los valientes británicos que detuvieron la mano que sostenía la espada: habrían hecho historia.

* * *

La enseñanza es clara: para alcanzar la paz en Siria se requieren ideas pero también personas que luchen por ellas. La paz en Siria requiere de todos.

¿Qué puede ser complejo? Sí, ¿difícil? También, pero una vez más: ¿son esas razones suficientes para no intentarlo?

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@FMontielT – fernando.montiel.t@gmail.com

This article originally appeared on Transcend Media Service (TMS) on 10 Sep 2013.

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