(Castellano) Maquiavelo ¿Maquiavélico?
ORIGINAL LANGUAGES, 9 Jan 2012
Fernando Montiel T. – TRANSCEND Media Service
Si la sicopatía política -es decir, la idiotez moral- tuviese una liturgia, esta sería El Príncipe de Niccolò di Bernardo dei Machiavelli (1469-1527). Si se trata de la llamada “Razón de Estado”, entonces el fin justifica los medios, y no caben consideraciones éticas o morales que frenen al Príncipe en su afán de construir y conservar su principado. Dicen los que saben que este es el corazón mismo del tratado; y dicen también, que con este tratado nacen las llamadas “ciencias políticas”.
Para el profano en las artes políticas se trata de un texto infame. Atacado por personalidades de la talla de Voltaire y citado y comentado por políticos de la estirpe de Benito Mussolini, El Príncipe llegó a dejar el plano de lo perverso para internarse en el de lo infernal: digito diaboli (“con el dedo del diablo”) fue como un religioso, contemporáneo a su autor, sentenció sobre la escritura del tratado.
Satánico o no, El Príncipe y su autor cuentan entre sus fanáticos más a políticos que a politólogos. “Maquiavélico” es como todo político quisiera ser catalogado en su fuero interno como sinónimo de astucia, inteligencia y talento. ¿Será porque los primeros, en su vicio de leer poco, lento y mal, se enamoran con facilidad de lo que “dicen que dice” El Príncipe sin saber absolutamente nada de su autor o de la obra y su contexto? ¿Maquiavélicos quieren ser llamados? Veamos.
Aunque de familia noble, Maquiavelo nació, vivió y murió en la pobreza. Nunca fue un hombre de riquezas, de traiciones, intrigas o perfidias. No es este un juicio externo sino una confesión del florentino: Escribiéndole a su amigo Francisco Vettori -embajador de Florencia en Roma- le pedía que intercediera a su favor ante el Papa: “Tampoco debieran dudar de mi fidelidad, pues si hasta hoy la he guardado escrupulosamente, no es hoy cuando aprenderé a traicionarla… y la mejor garantía que puedo dar de mi honor y de mi probidad es mi indigencia”.
¿Indigente el autor de El Príncipe? Sí, y con una frecuencia pasmosa. “No tengo con qué dar de comer a mis domésticos y a mis caballos, que no pueden vivir de promesas”. Así se quejaba el florentino a media misión diplomática en Imola en 1502. Sus misiones diplomáticas -importantes algunas de las 24 que realizó a lo largo de 14 años de servicio- se efectuaban frecuentemente con dinero prestado, así se tratara de ir a ver al Papa, al Emperador o al Rey de Francia.
Jamás en su vida como político o diplomático tuvo tanta suerte como cuando en Venecia compró un billete de lotería y se ganó entre 2 mil y 3 mil ducados (cifra nada despreciable tomando en cuenta que el Cardenal Julio de Médicis por su Historia de Florencia le destinó a Maquiavelo un sueldo anual de 100 florines en 1520 y que luego, en 1525 -ya como el Papa Clemente VII- le mantuvo en 100 ducados. Fue suerte y no maquiavelismo. ¿El Príncipe es una llave de acceso al poder y el poder al dinero como dicen algunos adictos al “realismo” político? Pregúntenle a Maquiavelo…
Pero son necios ¿maquiavélicos quieren ser llamados los políticos? Alguien debería prevenirles que cuando apareció el nombre de Maquiavelo en una lista de conspiradores contra los Médici, éste fue a presentarse inocentemente ante las autoridades que lo apresaron para clamar por su inocencia. Fue torturado. Dicen los que saben que cuatro vueltas bastaban para quebrar la voluntad, y que más provocaban la dislocación de los miembros. Maquiavelo aguantó seis sin quejarse o acusarse. Este era el maquiavelismo del hombre que escribió El Príncipe.
De sentimientos oscuros y malos pensamientos en la mente y corazón de Maquiavelo solamente se puede señalar uno con certeza -y hasta ahí llegaría el verdadero maquiavelismo: Lorenzo de Médici, joven, ignorante y desidioso recibió mejor un par de perros de caza que le fueron ofrendados el mismo día que el florentino le presentó su tratado a “Su Magnificencia”. Lorenzo nunca leyó el tratado y su autor jamás fue recompensado. El dolor se exorcizó en su dedicatoria -a un par de amigos- de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio:
“Los escritores dedican sin falta sus obras a algún príncipe, al que atribuyen todas las virtudes, cuando debieran censurarle las más vergonzosas debilidades. Por ello, no deseando cometer semejante error, no he elegido a príncipes, sino a quienes, por sus altas cualidades, merecerían serlo; no a quienes pudieran colmarme de cargos, honores y riquezas, sino a quienes no pudiendo, desearían hacerlo. Hemos de acordar nuestra estima a aquellos hombres que poseen la sabiduría y no a quienes, sin poseerla, por mero azar gobiernan un Estado”.
Maquiavelo asumió su pobreza financiera y su desgracia en las mazmorras; nunca buscó venganza contra sus torturadores y se enorgullecía de su honestidad personal. Aceptó la ingratitud y nunca dejó de ser un patriota leal a su Florencia natal. La dedicatoria en los Discursos y no el texto de El Príncipe hablan del Maquiavelo real, y no del “realista”, del político y no del politólogo. Hablan pues, del maquiavelismo del hombre en detrimento de la idea que de él se tiene. Y sobre este hombre solamente queda la descripción -casi desconocida para los profanos en las artes políticas- que de él hizo Juan Jacobo Rousseau:
“Un hombre honesto y un buen ciudadano”.
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Fernando Montiel T. es miembro y representante de TRANSCEND en Latin America, profesor (en la Maestría en Estudios de Paz de la Universidad de Basilea -Suiza-, en el Postgrado en Negociación de la Universidad de Buenos Aires -Argentina- y en el Poder Judicial en México). Es analista (por siete años se desempeñó como consultor del cuerpo diplomático acreditado en México; realizó más de cien análisis sobre una variopinta miscelánea de temas -desde política exterior de Estados Unidos, pasando por América Latina hasta las guerras de Afganistán, Irak y las crisis en la región de Asia Central entre otros). Es mediador (¿un orgullo? formar parte, por invitación de Johan Galtung, de Transcend -www.transcend.org- como especialista en procesos de mediación y resolución de conflictos).
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